Un estudio de Vall d’Hebron muestra que la cefalea podría indicar una mejor evolución clínica de la COVID-19

La pérdida del sentido del olfato y del gusto es mucho más común en personas con infección con SARS-CoV-2 que tienen dolor de cabeza.

05/11/2020

Un equipo de Vall d’Hebron ha descrito que la presencia de cefalea en pacientes con COVID-19 se asociaría a una mejor evolución de la enfermedad. En el estudio han participado los Servicios de Neurología y de Inmunología del Hospital Universitario Vall d’Hebron y los grupos de investigación en Cefalea y Dolor Neurológico y en Inmunología Diagnóstica del Vall d’Hebron Instituto de Investigación (VHIR).

La cefalea, juntamente con la anosmia (pérdida del olfato) y la ageusia (pérdida del gusto), son síntomas neurológicos frecuentes que se han asociado a la COVID-19. Ante el desconocimiento de su capacidad de predicción del curso de la enfermedad, los investigadores de Vall d’Hebron decidieron definir y describir las características de la cefalea y buscar una asociación entre su aparición y el pronóstico de la COVID-19. Los resultados han sido publicados en la revista Cephalalgia

El estudio analizó los síntomas y la evolución de 130 pacientes con COVID-19 que llegaron a Urgencias de Vall d’Hebron durante tres semanas entre marzo y abril de 2020. Todos ellos fueron atendidos por un neurólogo a causa de la necesidad de reorganización de los profesionales para adaptarse al alto número de pacientes durante la crisis de la COVID-19. “El hecho de que parte de los pacientes fueran visitados por médicos con diferentes especialidades, permitió llevar a cabo estudios desde diferentes puntos de vista, que aportan información relacionada con síntomas que no solo son respiratorios”, explica la Dra. Patricia Pozo Rosich, jefa del grupo de Cefalea y Dolor Neurológico del VHIR, especialista del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Vall d’Hebron y responsable del Migraine Adaptive Brain Center de Vall d’Hebron. De estos pacientes, 97 (un 74,6%) presentaban dolor de cabeza, aunque solo un 19,6% tenían historia clínica de migrañas episódicas previas a la enfermedad. En la mayoría, la cefalea era leve o moderada, pero en una cuarta parte de los pacientes, sobre todo mujeres y personas jóvenes, era más parecida a una migraña.

En un 21,4% de los pacientes con dolor de cabeza persistente, este era un síntoma prodrómico de la COVID-19, es decir, aparecía antes que los otros síntomas de la enfermedad. En relación a su evolución, los pacientes que presentaban cefalea cuando llegaban a Urgencias tenían una duración clínica de la COVID-19 aproximadamente una semana más corta: unos 24 días en total en los casos con dolor de cabeza, mientras que, en los casos sin cefalea, la durada media de la enfermedad era de unos 31 días. “Parece claro que la presencia de cefalea es un factor de buen pronóstico de la COVID-19 y podría servir para predecir su evolución”, destaca la Dra. Pozo Rosich.

Los investigadores encontraron también una asociación entre la cefalea y la anosmia y la ageusia, ya que la pérdida de estos sentidos era mucho más común en personas con dolor de cabeza.

La cefalea persiste en un 40% de los pacientes

Al cabo de seis semanas desde la llegada a urgencias, se hizo seguimiento de la evolución de 100 de los pacientes que habían participado en la primera fase del estudio. Entre estos se encontraban 74 personas que presentaban cefalea en el momento de la admisión al hospital. En el momento del seguimiento, 28 de estas (un 37,8%) aún tenían cefalea con poca respuesta al tratamiento y a menudo siendo el único síntoma que quedaba de la COVID-19. Estos resultados demuestran que el dolor de cabeza puede persistir después de que la COVID-19 se resuelta, incluso en personas sin historia previa de migrañas ni cefaleas recurrentes.

El estudio presenta algunas limitaciones, ya que se trata de una serie hospitalaria que no incluye casos muy graves de la enfermedad (y que, por lo tanto, no se podían entrevistar) ni muy leves (y que no iban al hospital). Aun así, la Dra. Pozo Rosich destaca, en base a los resultados obtenidos, que “es importante cambiar el concepto de que la cefalea sea un síntoma poco relevante en pacientes con COVID-19 y, por lo tanto, es necesario estudiar en profundidad su asociación para entender la evolución de la enfermedad y mejorar el tratamiento”.

Neuroinflamación local, posible sistema de defensa contra el virus

Con el objetivo de entender la asociación entre la COVID-19 y la cefalea, los investigadores del estudio proponen algunas hipótesis sobre cómo la infección por SARS-CoV-2 podría producir el dolor de cabeza.

Una de las hipótesis explica que el virus podría imitar la aparición de la migraña, en la cual se genera una fuerte inflamación del sistema trigeminovascular, que provoca el dolor. “Esta inflamación local cercana a las fosas nasales serviría como sistema inicial de defensa contra el virus, que en las personas con cefalea sería más fuerte”, explica la Dra. Pozo Rosich. “Si los pacientes tienen una mayor respuesta local, se evitará que el virus produzca una inflamación sistémica grave con liberación de una tormenta de citocinas”.

En este sentido, se estudiaron los niveles de IL-6, una molécula que, si aparece de forma sistémica, está muy implicada en la tormenta de citocinas que en muchas ocasiones provoca la muerte de los pacientes con COVID-19. En el caso de los pacientes con cefalea, se observó que los niveles de IL-6 eran más bajos y que, además, se mantenían estables a lo largo de la enfermedad. “Este hecho apunta a que, en los pacientes con cefalea, la IL-6 se libera en la neuroinflamación local y hace que estas personas no desarrollen tanta inflamación sistémica y, por lo tanto, tengan una mejor evolución de la enfermedad”, añade la Dra. Pozo Rosich.

Esta hipótesis va en consonancia con la relación con la anosmia, ya que el virus actuaría no solo en el epitelio olfativo produciendo la pérdida de olfato, sino también en las ramas del nervio trigémino, muy cercano a las fosas nasales por donde entra el virus. En este sentido, sería necesario estudiar si la sensibilización del sistema trigeminovascular persiste cuando la infección por SARS-CoV-2 desaparece.

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